Historia de vida
De la crisis habitacional a la vida consciente

Valentina Tamaño es de Concordia y Juan Lange, de Buenos Aires. Hace muchos años que están juntos y tienen dos hijas a punto de irse a estudiar. Como tantas otras familias eligieron el sur hace otros tantos años, para vivir lejos de la locura.
Una vez alquilando en San Martín de los Andes, pasaron por varias casas y varias situaciones hasta que decidieron apuntar a un sueño y a una alternativa lejos de los mandatos. Vendieron todo, reciclaron un colectivo y llevaron toda su vida a esos escasos metros.
Esa nueva meta vino acompañada de un sinfín de aprendizajes y de nuevos replanteos. “Hace dos años que estamos haciendo esta vida y te puedo decir que la elijo hasta que no me de más el cuerpo”, afirma Valentina quien se entusiasma en poder contar su historia porque sabe que “a mucha gente le puede interesar o le puede contagiar”.
En sus redes, había comenzado a escribir exquisitos relatos sobre aquellos primeros pasos: “Nuestra historia (por ahora) no es la de gente hippie loca y de colores trepada a una montaña de nombre impronunciable. Por ahora, recalco, es la de una familia aprendiendo”, afirmaba.
Enumeraba una cantidad de cosas que habían tenido que modificar en su día a día como “no gastar agua porque sí, a lavarnos el pelo con menor frecuencia, a optimizar los espacios a tope, a vivir en un colectivo al que le falta todavía, por dentro y por fuera, a flexibilizarnos ante lo que nos viene demostrando que la palabra incertidumbre va a ser parte de nuestro vocabulario cotidiano, a cocinar en el tiempo justo ahorrando gas, a mover nuestro cuerpo despacio si alguien está trabajando con la compu (diseñando, editando), a ahorrar datos sin mirar videos porque sí”.
Él, desarrollador y programador web; ella, fotógrafa y excelente escritora. También su trabajo debió amoldarse. “Estamos aprendiendo a volver a ser freelancers, a volver a trabajar de lo que un día colgamos en la puerta y lo dejamos durmiendo”, contaban.
“Del sistema, creo, no se sale nadie. El mundo es el mundo y sigue funcionando. Pero sí podemos empezar a contar, a despoetizar, a des romantizar, para que cuando alguien logre cumplir su anhelado sueño, no quiera vender su bondi a las dos semanas porque no se banca quedarse sin gasoil para la calefacción.
El “sistema” nos acostumbró cómodos y perezosos. Seamos valientes, bravíos y corajudos. Vivir de otra manera SÍ es posible, pero hay que animarse a sostenerlo”, expresaba Valentina en sus relatos.
Sembrar una idea
“Fijate cómo funciona el sembrar una idea, estábamos en un momento en el que nos volvimos a San Martín de los Andes porque nunca soportamos vivir en Buenos Aires. Vinimos a laburar con amigos pero no nos fue bien y justo, fallece mi suegra”, enumera Valentina.
“Cuando estás en el baile de la adolescencia de los hijos no te planteas, ‘quiero ser libre’, laburas a cuatro manos porque los chicos, además, no paran de demandar cosas. Las criamos como niñas burguesas, siempre decimos, por eso les costó tanto esto. El sistema te traga, el consumo, la vida te traga”, asegura.
“Cuando empezas en esos circuitos de tanta desesperación e insatisfacción, creo que lo único que nos ayudó siempre es que somos tan idealistas, eso nos salvó la vida, nunca perdimos la capacidad de decir: ‘Podemos salir de esto’”, señala.
“Para mí la vida de una persona no es laburar ocho horas todos los días, el fin de semana querer desnucarse y los domingos estar al horno, no, no puede ser eso. Juan y yo encontramos la salida. Acá en San Martín es imposible comprar un terreno y la problemática habitacional se pronuncia cada vez más. El mundo se está poniendo así, entonces yo me pregunto ¿qué quiero para vivir?, ¿cómo quiero vivir, bajo una hipoteca?, mi respuesta es no”.
Llegó el canario
“Cuando comienza la pandemia, marzo 2020, estábamos trabajando en la misma empresa y viajamos a Junín de los Andes, uno a la mañana otro a la tarde, no había vacaciones, no había findes juntos, nada. Un día llego a casa y estaba Juan viendo una serie en Netflix de gente que se hacía casas en lugares insólitos, y yo le dije: ‘¡Saca esos programas que te dan más frustración!’, pero me ganó con la insistencia y me senté a ver, en el borde del futón (como no queriendo entrar en la frecuencia de la ilusión)”, cuenta.
“Nos enganchamos viendo un matrimonio grande que se armó casa en un barco pesquero, y empezamos noche tras noche a ver esas historias. En abril de 2020 se nos vencía el contrato de alquiler y todo se fue acomodando. Un amigo nos regaló un colectivo, lo único que tenía sano era la estructura, y el papá de una amiga de Vicky (su hija menor), nos prestó unos dólares y una casa mientras terminábamos el colectivo donde proyectamos vivir”, agrega.
“Esto fue un salto al vacío, no sé qué nos pasó pero la convicción era tanta que nos impulsó a seguir. Fuimos a una casa que tenía cosas sin terminar y estaba ubicada adentro de una maderera, pero necesitábamos dar ese paso, así que vendimos todas nuestras cosas, y empezamos a diseñar y construir en “el canario” (el colectivo que inicialmente era amarillo y por eso le pusimos el nombre)”, confía.
Cada centímetro cuenta
Uno de los aprendizajes de la pareja, fue que en ese pequeño espacio donde proyectaban vivir, cada centímetro cuenta por lo que el diseño debía ser estratégico. “Tengo que meter una casa en un colectivo”, se desvelaba pensando Juan.
“En el interín se iban dando cosas curiosas. Juan se metió en grupos de rodanteros, a informarse y empezaron a llegar mensajes dando la bienvenida, y a partir de ahí se contactó con Oscar, un señor de Ramos Mejía, que lo guió en todo el proceso de armado del colectivo a la distancia, desde desmantelarlo a como armarlo”, cuenta Valentina a la par que recuerda que “se sumaba gente que nos iba ayudando a resolver cosas, y era todo “llevalo, fijate si sirve y después me lo pagás. Creo que eso fue porque Juan es tan buen tipo que todo le vuelve, cuando das no importa qué o a quién, eso inevitablemente vuelve”, sostiene.
“Mi visión de esto es poco fácil de contar, tiene mucha magia”, asegura en relación a todas las vivencias que rodearon al proyecto. Por aquellos días sus textos mencionaban: “De todo lo que nos trajo hasta ahora el Canario, él ocupa uno de los primeros lugares en la golden list.
En 2019, Juan se había metido en un grupo de rondanteros para hacer algunas preguntas y fue avisado: “Ahora te van a empezar a llegar mensajes”. Dicho y hecho. “Hay un tipo que me contestó, es un groso, sabe un montón”, me dijo esa noche. Así fue como en casa empezó a sonar “Oscar dice que tal cosa” y sin darnos cuenta, se instaló en la cotidiana como alguien familiar. Un buen día, nos mandó de regalo las ventanas del Canario. Meses más tarde, nos regaló las ruedas. Juan me lo contó conmocionado. Me dijo que le había ofrecido comprarselas y Oscar le contestó: ‘Si te las vendo, no me cambia en nada la cosa. Pero si te las regalo, te salvó la vida’”.
Desde hace dos años, Oscar nos aclara el panorama. Desde mecánica hasta pintura, todo lo sabe. Cuando Juan habla con él, lo escucha como si del otro lado del teléfono estuviera Dios. Se le ve en la cara el respeto y el registro atento. Por ahí, repasa los audios una y otra vez para estar seguro de las indicaciones. Oscar tiene con Juan una paciencia china, le contesta hasta cómo limpiar los pinceles, y lo que él diga, es palabra santa. Si Juan duda de algo, empieza a dar vueltas con el tornillo, el fierrito, la pinza, y entra en polea loca. Por eso, instalé un mantra que no falla: preguntale a Oscar. No sabemos cómo será en otros ámbitos de la vida. Con nosotros se porta como si fuera un antiguo guardián, es casi un mentor. Generoso como poca gente, siempre con una respuesta o un consejo. Antes de ayer llegó una caja llena de chirimbolos, la visera del cole, insignias, etc. Juan sacaba trofeos de la caja y venía a mostrarme. En un momento dado me dice ‘ya perdí la cuenta de todo lo que me regaló Oscar’”.
Vida consciente
“Si vivís en una casa ni te enteras de cuánta agua consumís por día, no sabes qué pasa con tus desechos, qué pasa con la luz. En esto, se pierde la comodidad, tenes que hacerte cargo de absolutamente todo. Hace un buen tiempo que no sé lo que es un baño de inmersión, ni una ducha larga, todo es rápido, pero pienso qué me pasaría, que le pasaría a mi sistema si volviera a una casa”, reflexiona Valentina.
Ahora, “las chicas se van a estudiar -por sus hijas Martina y Victoria-, y comenzará un nuevo capítulo de nosotros solos acá. Hace un balance positivo de lo sucedido, si bien para las chicas no fue lo mejor. “¡Esta es mi casa!, mi hogar, mi refugio, y eso no tiene precio”, confía orgullosa.
Sostiene que “si sos creativo siempre se puede encontrar una salida. Y me quedo con los que me dijo Martina: “es re incómodo vivir así pero mi hogar es donde están ustedes”.