Historia de vida
Belén Cifuentes: La mirada del campo
Creció en el campo y su mirada se plasma en fotografías de alto impacto. Belén Cifuentes habla con sus ojos y conquista a una gran parte de la ruralidad que trasciende fronteras.
Tiene unos ojos muy expresivos y una voz bajita. Le costó concedernos esta charla porque sostiene “que no es muy de hablar”, pero cuando lo hace tiene una gran historia para contar. “Crecí en la Estancia Llamuco, que está yendo para Primeros Pinos”, indica en relación al puesto llamado Carreri, que se ubica pasando el puente del mismo nombre, a unos 35 kilómetros de Zapala, yendo para Primeros Pinos por Ruta 13.
”Viví toda la vida ahí con mi mamá, papá y mis dos hermanos”, agrega Belén. Pero esa vida se fue modificando a medida que los hijos del matrimonio iban creciendo y necesitando escolarizarse. “Cuando mi hermano mayor tenía que ingresar a la escuela empezamos a venir a Zapala para que curse la primaria. Alquilábamos acá, estábamos toda la semana y los viernes a la tarde nos volvíamos a la estancia”, detalla.
Así la vida transcurría entre Zapala y los fines de semana en el campo. “Mi abuelo era puestero de ahí y después quedó mi papá. Mi mamá vendía quesos caseros, ordeñaba vacas y nosotros ayudábamos. Teníamos 4 o 5 vacas y obteníamos 3 tarros de 20 litros aproximadamente de leche”; recuerda. “Si nos quedábamos allá y no se podía vender la leche, mi mamá hacía quesos”, agrega.
“Los domingos ordeñábamos a la mañana, esa leche la traía al pueblo y la vendía; teníamos gallinas, yo me encargaba de los pollitos, llegamos a tener más de 100 gallinas y vendíamos huevos, manteca, teníamos huerta… Toda la vida transcurría así”, confiesa.
“Mi papá trabajaba, iba a arrear vacas. Yo de chiquita le decía “¿puedo ir con usted, papá?” y salíamos. Era la regalona, somos tres, mi hermano mayor cuando terminó la primaria, no quiso seguir estudiando y se quedó a trabajar allá; empezó con changuitas y todavía sigue. Es puestero y maquinista”, cuenta Belén.
Una vuelta del destino
Con la trágica partida de sus padres, su papá en 2010 por un infarto y luego su mamá en 2012, con un accidente automovilístico al cruzársele un animal, los hermanos se hicieron más fuertes para acompañarse.
Ese mismo año nació su hijo y marcó lo que ahora es su profesión. “Cuando quedé embarazada pensaba en tener lindas fotos del bebé, así que compré una cámara con los ahorros que obtuve de todas esas ventas de leche, huevos y demás”, cuenta.
“Con el tiempo ya no trabajamos más la estancia, se complicó con el fallecimiento de mi mamá, así que me compré la cámara e hice un curso con Efraín Dávila, la fotografía siempre me había gustado”, agrega.
A partir de ahí “le compraba ropa de gaucho a mi hijo y le sacaba fotos. Cuando las compartía era un montón de gente a la que les gustaban. Se hacían virales”, confiesa.
“Siempre con la cámara”
“Yo salía a caballo, arreando vacas, siempre con la cámara. A medida que me gustaba más me fui formando más, haciendo más cursos. Efraín daba más que la capacitación, te hacía poner el alma, todo eso me quedó muy grabado”, rescata Belén de su mentor.
De voz baja, casi tímidamente, pero con unos ojos muy expresivos, nos cuenta que tardó en animar a mostrarse y a contar su historia. “Recién ahora estoy soltándome un poco más, tenía muy poca vida social”, expresa.
“No me gusta vender lo que hago, me gusta compartirlo”, responde cuando le pregunto si sabe el valor de esas imágenes que vamos repasando mientras me cuenta de ella.
Fotos inspiradas
“Me apasionan los caballos, crecí con caballos, su galope siempre me transmitió mucho y pasé muchos momentos lindos en el campo. Muchas veces estaba en el campo y los observaba, son perfectos los caballos, son lo que más me inspira”, va expresando.
Sus imágenes son infinitas, ciervos, fuegos, personas, cielos, todo el campo en su mirada. Sus fotos fueron siendo rescatadas por otras miradas y fueron subidas a sitios turísticos, inspiración de pintores. “Es muy motivante la reacción de la gente. Veo algo que me gusta, logro plasmarlo y a la gente le llega”, cuenta mientras vemos la cantidad de vistas y “me gusta” que tiene su fan page.
Es increíble como con una sola imagen y un saludo, capta la atención de miles de personas. Su nombre, además, se ha convertido en una marca registrada de la que muchos jinetes estampan en sus remeras, sin ella idearlo ni proponerlo.
Si bien, avanza con una compu que la deja a medio camino a veces, va despacio, cosechando lo gratificante de ser reconocida por su amor al campo, amor que plasma en hermosas postales. Cuenta que su sueño es “recorrer las estancias de la provincia, meterme en los huequitos, sacar fotos de detalles como sogas, tranqueras, la gente carneando chivos, arreando, y realizando todas las actividades camperas”.
Si bien trabaja en la Municipalidad de Zapala y hace fotos más institucionales, deja que su arte se cuele en esas otras escenas, segura de que al campo siempre puede volver.